Un geste comme celui-ci [le suicide] se prépare dans le silence du coeur au même titre qu’une grande oeuvre. L’homme lui-même l’ignore.
(Albert Camus, Le mythe de Sisyphe)
Hay suicidas que no se suicidan nunca.
Una de las observaciones curiosas de quienes se interesan por la fenomenología del suicidio y no simplemente por constatar si el paciente llena o no determinados criterios diagnósticos, es el hecho de que la ideación suicida no va necesariamente ligada a un estado depresivo profundo. Ni todos los melancólicos quieren matarse, ni son melancólicos todos los suicidas.
Lo que comparten los suicidas, tengan o no alguna etiqueta psiquiátrica, es un mundo “cerrado, denso, sin aire y sin salidas” (como dice A. Alvarez en The Savage God). Allí, nos dice Silvia Plath en su autoficción The Bell Jar, se vive como aprisionado en una campana al vacío, totalmente aislado y sometido a tensiones enormes. El tiempo se detiene, los ámbitos familiares se vuelven amenazantes o espantosos, la belleza y la dulzura del mundo se han perdido y ni siquiera la compañía de la persona amada las hace volver, nos dice William Styron en su memoria Darkness Visible.
Ese mundo inhóspito es también el de Thomas Bernhard en Trastorno y en Hormigón, y el de Josef K. en El proceso, la novela de Kafka. Ni Thomas Bernhard ni Kafka se suicidaron, pero nos consta, por sus obras, que conocían muy bien ese horror que ha dado origen a las mejores descripciones literarias del infierno, como el Lasciate ogne speranza, voi ch’intrate de Dante o el lugar de perdición que pinta John Milton:
No light, but rather darkness visible
Served only to discover sights of woe,
Regions of sorrow, doleful shades where peace
And rest could never dwell…
(Paradise Lost, I, 63-66)
Hay quien vive muchos años a la vera del suicidio, y fallece de otro modo. Y hay quien no parecía destinado a matarse y termina así sus días. Piensa uno en Sándor Marai, a quien la vejez y el exilio encerraron poco a poco en un fondo de saco sin más salida que la muerte -que no llegaba-. A Marai le aterraba perder la capacidad de pensar y de moverse y pasar sus últimos días encerrado en un asilo, a merced de extraños a sueldo, sin posibilidad de conservar su intimidad ni de tomar él mismo la decisión más trivial. Tenía casi 86 años cuando murió su esposa, que lo había acompañado desde hacía 62; al año siguiente murieron su hijo adoptivo y su hermano menor. Marai, que vivía en San Diego, en ese país en donde es más fácil comprar un arma de fuego que un par de cajas de somníferos, adquirió una pistola y la registró a su nombre. Asistió (¡a sus 87 años!) a las prácticas de tiro que impartía la policía, y a las clases sobre seguridad en el uso de armas. Esperó el momento en que la vida no tuviera más que ofrecerle, temiendo que entretanto algún accidente vascular cerebral lo dejara físicamente impedido de usar la pistola. Seis semanas antes de cumplir los 89 años se pegó un tiro en la cabeza.
¡Impresionante!
Gracias por esta magnífica entrada, Elena, que me ha apasionado de principio a fin.
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Querido colega noctámbulo,
Gracias por los “me gusta” de ayer. Me gané una felicitación de wordpress.
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:) No tienes por qué dar las gracias, querida colega. Fue un placer leer las entradas tuyas que tenía atrasadas. Y, si por mí fuera, WordPress debería estar felicitándote cada día.
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Pienso en Zweig, que se suicidó porque estaba convencido de que el mundo iba a ser nazi. Lo que une a todos los suicidas es la convicción de que el (o su) mundo les va a causar más dolor que placer. A veces es cierto, a veces una presunción equivocada, casi siempre es relativo. Supongo que la intervención debiera dirigirse a estas meteduras de pata, a los jóvenes con mal de amor, a los depresivos. Creo que aquí sigue siendo delito suicidarse, lo cual es ridiculo pero también una falta de respeto.
Gracias por estos escritos tan ricos y estimulantes
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Tenemos que intervenir con más efecto en los jóvenes, ayudándoles a cambiar esa visión de sus circunstancias que los lleva a sentirse acorralados (mejor psicoterapia, no más antidepresivos). Es urgente: en México la tasa de suicidios entre las personas de 15 a 19 años pasó de 2.7 en 1990 a 7.7 en 2011.
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Hola Elena,
hay que tener mucho valor para suicidarse. Bueno, valor y una agonía interior extrema. La frase con la que inicias el artículo es 100% cierta aunque si hicieramos caso de lo que dijo Benjamin Franklin de que “nueve hombres de cada diez son suicidas”, en pocos años no quedaría nadie en el planeta. Según mi opinión no es que el suicida no ame la vida sino que no acepta las condiciones que vive y que hace que la sufra en su mundo cerrado y sin salida como bien apuntas.
Un abrazo
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Totalmente de acuerdo, Francisco Javier.
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querida Elena, gracias por continuar con el tema del suicidio, al leerte pienso en una frase que descubrí en un libro sobre evaluación y tratamiento del suicidio que me ha servido mucho en la clínica: “es una solución permanente a un problema temporal “. Y con la cifra que pones respecto a la gente joven me pregunto ¿si esta manera tan radical de pensar de los jóvenes tiene algo que ver en recurrir a esta solución permanente?
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Myrna, entre los jóvenes se da fácilmente la peligrosa coincidencia de desesperanza, ansiedad intensa e impulsividad. Avanzando la vida, con la maduración del aparato psíquico, baja la impulsividad y contamos con más recursos cognitivos para hacer frente a la ansiedad o a la desesperanza.
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“Querido:
Estoy segura de que me vuelvo loca de nuevo. Creo que no puedo pasar por otra de esas espantosas temporadas. Esta vez no voy a recuperarme. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme. Así que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que esta terrible enfermedad apareció. No puedo luchar más. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y sé que lo harás. Verás que ni siquiera puedo escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte que… Todo el mundo lo sabe. Si alguien pudiera haberme salvado, habrías sido tú. No me queda nada excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo.No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que lo hemos sido nosotros.
V.”
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