Una cosa de nada

Empecé a meditar por curiosidad, por ver si en las técnicas de reducción del stress recomendadas por Kabat-Zinn encontraba alternativas a las horrendas benzodiacepinas que a veces me piden mis pacientes. Y sigo haciéndolo porque, más allá de las aplicaciones que pueda darle al Mindfulness en mi trabajo, me ha resultado… -iba a escribir fascinante, interesantísimo, pero no es eso. No quiero usar las palabras con que suele describirse la película más premiada o el thriller más vendido, porque no se medita en busca de experiencias excitantes. Es más bien como llegar a tu casa de siempre y mirarla por primera vez. No es poner la mente en blanco, cosa imposible si el cerebro funciona como debe. Tampoco es pensar en una sola cosa, como cuando en los retiros de cuaresma de mi juventud se nos exhortaba a meditar en el misterio de los sufrimientos de Jesús y era malísimo distraerse. Meditar es algo muy sencillo, una cosa de nada: atender a la respiración mientras el corazón late, el cerebro percibe y piensa, los intestinos prosiguen su peristalsis. Por entre los rumores del aire que me atraviesa y la sangre que corre, aparecen los pensamientos como pececillos en un estanque. No tengo por qué ahuyentarlos ni atraparlos ni irme tras ellos. Basta con verlos pasar, mirando bien su color, su tamaño y los sentimientos que traen a cuestas, mientras sigo atenta a mi respiración. Algunos amenazan con encerrarme entre cuatro paredes, o secuestrarme y cargar conmigo hacia otros tiempos, arrancándome de este presente que es mi mayor riqueza. Toca entonces centrarse de nuevo en el aliento y recordar que en la amplitud y silencio de la atención plena caben lo mismo mi preocupación por llegar a tiempo a trabajar y no atorarme como ayer en una calle bloqueada, que el latido puntual del corazón o el canto en el jardín de aquel pájaro que no conoce el reloj.

Por curiosidad también, le he pedido noticia a PubMed sobre cómo se ve desde fuera el cerebro del meditador. Hace siete años se publicó un estudio (Farb et al, 2007) que, comparando la actividad cerebral de personas que habían hecho ya el entrenamiento para la reducción del stress  diseñado por Kabat-Zinn con personas que esperaban comenzarlo próximamente, investigaba si es posible distinguir mediante resonancia magnética funcional entre un cerebro atento al momento presente y el mismo cerebro entregado a la creación de narrativas autobiográficas. Y sí, pudo verse en todos los participantes que las regiones prefrontales medias (las que soportan el brain default network), se activaban cuando se les pedía que pensaran en qué tanto podrían aplicarse a su carácter ciertos adjetivos. En los participantes entrenados, la actividad de esta zona se atenuaba cuando se les pedía que atendieran al momento presente, a la vez que se incrementaba la de las zonas cerebrales que sirven a la percepción de las sensaciones: tenían una percepción de sí mismos y del entorno más diferenciada. En cambio, los no entrenados no lograban silenciar al default network -es decir, no lograban distinguir claramente entre el bagaje de lo fantaseado o lo aprendido y las nuevas sensaciones. Así sucede en casi todos nosotros: el parloteo de la imaginación, la loca de la casa que decía Teresa de Ávila, se empasta sobre el diario vivir y nos impide ver las cosas tal cual.

El efecto benéfico de la meditación se ha atribuido precisamente a que, al mejorar la capacidad para ver más acá de la fantasía, disminuyen los runrunes obsesivos y el temor a amenazas imaginarias. Me consta: ya puedo disfrutar de los pájaros por la mañana, en vez de sufrir por atascos inexistentes.

11 pensamientos en “Una cosa de nada

  1. A pesar de todas las ventajas de la meditación que mencionas (y me convencen), creo que me voy a quedar con ‘la loca de la casa’ :D, pues, sin ella es imposible dibujar…

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  2. Que rico Elena, te leo y me dan unas ganas locas de sentarme a meditar. Ese estudio esta interesantísimo, será que mejor mandemos a los pacientes a un entrenamiento en meditación en lugar de al psiquiatra?

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  3. Hola Elena,
    dices que es fácil meditar, puede que sí, lo difícil es encontrar ese momento para hacerlo.Nuestro día a día, nuestro trabajo, ese estrés diario, se ha convertido en rutina, en normalidad, y esto no debería ser así. No recuerdo dónde leí, no hace mucho, que en una encuesta efectuada a una muestra de la población norteamericana pensaba que los meses del año más estresantes eran los de sus vacaciones. Da que pensar…
    Saludos

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  4. A mí me enseñó a meditar una psicoterapeuta. No lo hago como disciplina, pero desde que aprendí a meditar, al menos soy capaz de darme cuenta cuando no estoy «presente». Como consecuencia de ello, también, he elaborado la teoría de que los pensamientos son nada más que el subproducto del funcionamiento del órgano cerebral. Es decir, que los pensamientos, las ideas, no son la función primordial del cerebro, sino que debido a la complejidad de este órgano para hacernos funcionar como seres, produce esas, digamos, excrecencias. Por ponerlo de un modo muy simple, yo me imagino que los pensamientos son el sudor del cerebro. Y este pensamiento, en sí mismo, prueba la corrección de mi teoría. Pura excrecencia, puro subproducto, puro residuo.
    Un abrazo, Elena, es siempre una delicia leerte.

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