¿Médicos suicidas?

La semana pasada llegó a mi correo, a través de Medscape, un artículo sobre el suicidio en médicos residentes y estudiantes de medicina en los Estados Unidos. La autora es Pamela Wible, especialista en Medicina Familiar y sobreviviente de una depresión que la llevó hace unos años al borde de la muerte (según ella misma relata en este artículo, publicado también en su blog.

Wible ha convertido la prevención del suicidio en los médicos, que tienen una tasa de muerte por esta causa más alta que la del resto de la población, en su principal interés profesional. Sus recomendaciones son de una gran sencillez y sentido común. Apenas se detiene a considerar si los médicos somos propensos al suicidio debido a nuestra peculiar personalidad, o debido a un elevado índice de adicciones, o debido a que sabemos mejor cómo darnos muerte, sino que pone su atención en la prevención del burnout (tan común en nuestra profesión) y de la depresión, que no sabemos reconocer cuando nos aqueja. -¿Hay en la formación médica algo que empuje a los jóvenes a la desesperanza y a la muerte? – se pregunta Wible. Decididamente sí; sending your child to medical school is like sending her to Afghanistan, nos dice. La metáfora me parece (cuando menos) hiperbólica, ya que en la Facultad de Medicina no tiene uno que enfrentar bombardeos, francotiradores o el riesgo de una invalidez permanente, pero ese es el estilo de Wible, y no hay más remedio que aceptarla tal cual si queremos escuchar su mensaje.

Sugiere ella que comencemos, como si de cualquier otra enfermedad se tratara, pensando en cuales serían nuestras medidas de prevención primaria. ¿Cómo evitaríamos que los estudiantes y médicos sanos desarrollaran un trastorno que los volviera propensos al suicidio? Asegurándonos primero de que cubrieran sus necesidades básicas en cuanto a sueño, alimentación y pausas para ir al baño; que trabajaran en un ambiente seguro y libre de acoso; que pudieran sentirse integrados a un grupo en el que hallaran amigos y mentores, y que vieran reconocidas sus capacidades en lugar de recibir sistemáticamente devaluación y vergüenza. Las experiencias difíciles deberían de compartirse semana a semana en grupos dirigidos por un médico experto, que encaminaría la discusión hacia los aspectos emocionales de la relación con el paciente (grupos Balint).

Maravilloso. Pero en mis tiempos de formación, lo que solía suceder era muy distinto. Los estudiantes de pregrado y los residentes habíamos de arreglárnoslas para comer, dormir o asearnos como si pasáramos contrabando o cometiéramos algún delito vergonzoso, porque llevábamos a cuestas una exigencia de perfección imposible: tendríamos que estar dispuestos a hacerlo todo muy bien en cualquier momento, a no pasar nada por alto, a recordar cada detalle, a no cometer ningún error ni siquiera a las 4 de la madrugada tras veintidós horas sin dormir. Hay en la cultura médica, sobre todo entre los jóvenes que están aún  explorando sus límites, cierta tendencia a admirar a quien parece no equivocarse nunca, ni conocer el cansancio o el hambre, y por eso encontrábamos natural que algún feroz jefe de servicio hiciera pedazos y echara a la basura una historia clínica a la que habíamos dedicado varias horas (en los tiempos de la mecanografía y las copias al carbón) porque tenía 3 ó 4 erratas, o que el maestro de infectología nos hiciera sentir estúpidos e inútiles porque no recordábamos la marca del termómetro con que habíamos medido la temperatura del enfermo.

Así fueron mis años de pregrado, a pesar de todo hermosos, iluminados por un entusiasmo incandescente. No recuerdo ningún suicidio, aunque sí algún caso como el de aquella residente de neurocirugía que se hizo quitar el útero porque los cólicos menstruales le estorbaban para trabajar. El posgrado en psiquiatría fue otra cosa: entre 1986 y 1989 se suicidaron dos compañeras, residentes de la especialidad en paidopsiquiatría. Tal vez no habrían muerto, de haber contado nuestro hospital para las enfermedades mentales (irónico, ¿verdad?) con un plan de prevención como el que recomienda Wible.

12 pensamientos en “¿Médicos suicidas?

  1. Hola Elena,
    coincido con Servando en su apreciación. El Colegio de Médicos de
    Barcelona tiene una sección que se dedica exclusivamente a la salud (mental) de los médicos y en ella se hace hincapié en estas enfermedades que afectan a nuestro colectivo (addiciones, depresiones…). Por desgracia tiene muchas consultas y esto no hace más que certificar lo que nos explicas en el artículo de hoy.
    Por otra parte me ha impactado el caso de esa residente de neurocirugía, aunque dudo que se le solucionaran sus dismenorreas quitando solo el útero y dejando ambos ovarios. ¡Ja, ja, ja!
    Saludos

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  2. Aplaudo con las orejas todas las recomendaciones de la doctora hiperbólica, aunque tiene guasa que todo esto, que debiera ser de estricta justicia, se plantee para evitar suicidios… especialmente porque me inclino a pensar que es «nuestra peculiar personalidad» la principal responsable de esa alta tasa. Seía interesante saber cual es esa personalidad, seguro que está más que estudiada.

    Gracias por seguir enseñándo y haciendo reflexionar

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  3. De acuerdo en que la medicina es una profesión de estrés, así debe ser pues nos jugamos mucho (otra cosa es cómo lo gestionemos), y en los últimos años muy competitiva, demasiado e innecesariamente porque no nos lleva a ningún sitio.
    En cualquier caso, la medicina no es ni mucho menos, ni la más estresante ni la más competitiva de las profesiones. Qué decir del mundo de la empresa y los negocios, la enseñanza, la justicia o la policía, bomberos, pilotos y conductores de tren, autobús, etc.
    Yo creo que el estudio citado tiene un sesgo y es comparar nuestra profesión con el resto, sin matices.
    El resultado de riesgo de nuestra profesión no sería tal, es mi opinión, si se comparara con profesiones como las citadas y otras, también de alto estrés y competitividad. Ya no digamos colectivos en paro, familias con carencias extremas, hambre, delincuencia…
    Por el contrario, la medicina tiene aspectos positivos que deberían intervenir como factores de protección como la satisfacción, vocación e independencia con que la ejercemos la mayoría, ese plus de sentirse útiles y reconocidos que no está en todas las actividades.
    Yo tampoco he tenido ningún caso de suicidio profesional en mi entorno, aunque he oído casos, por el contrario, me he visto rodeado de profesionales satisfechos y vocacionales, eso sí, estresados, más en los últimos tiempos que corren por nuestro país.
    Gracias, interesante tema. Un saludo.

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    • Creo que, pasados esos años de formación en los que uno se tensa por perfeccionista, por el miedo de fallar o por el miedo de aparecer como ignorante, el grado de estrés depende en buena parte de las condiciones de trabajo. El otro día me hablaba un especialista en medicina de urgencias de cómo había decidido dejar el hospital público en el que trabajó varios años, porque los recortes de presupuesto lo obligaban a atender muchos más casos con menos recursos, y encima la amenaza de las cada vez más frecuentes demandas por mala práctica. Con cuarenta años, una hipertensión arterial recién diagnosticada y dos hijos pequeños decidió montar una plataforma para educación continua en temas de medicina, en internet. Yo, en cambio, tengo la suerte de contar con varios de estos factores de protección que mencionas, y por nada cambiaría de actividad.

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  4. Como siempre interesantísima tu entrada. Tuve la fortuna de estar como coterapeuta en dos grupos Balint en el hospital de Nutrición y fue una experiencia maravillosa, ojala todos los hospitales los implementaran para sus médicos y enfermeras. Me pregunto si ese «maltrato» al residente de medicina tiene que ver con este narcisimo del que sufren a veces los médicos cuando se sienten tan poderosos por salvar vidas, lo cual les da el poder de exigir y maltratar al residente, y éste a su vez, en su omnipotencia también, no asume que requiere de horas de sueño, alimento y descanso como cualquier otro mortal.

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  5. No imaginé jamás que los médicos fueran el grupo de mayor índice de suicidios. Creí que serían los artistas. Pero ahora que lo nombras, pienso en la tendencia de muchos médicos a convertirse en escritores. También se ven muchos abogados que luego escriben. Me pregunto si no habrá una percepción similar de la vida entre estos tres grupos, una forma de sentir, la necesidad de aportar algo a otro ser humano, algo que le de esperanza o un motivo.

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